La historia de Ginebra comienza antes del Imperio Romano. En su origen, y debido a su mismo emplazamiento, fue uno de los centros de expansión de la cultura palafítica europea. Los galos alóbroges establecieron en la orilla derecha del Ródano una ciudad fortificada.
Los romanos la conquistaron en el año 121 a.C. Obispado en el año 381 d.C., estuvo sometida sucesivamente al dominio burgundio (443 d.C.) y franco (534 d.C.). Entró luego en una fase de decadencia que duró hasta su anexión a Borgoña. Por la importancia de sus ferias, durante el siglo IX se convirtió en el lugar de cita de todos los mercaderes de Europa.
Historia de Ginebra en la Edad Media
La pugna entre los condes y los obispos de la ciudad, acentuada por la intervención de los emperadores, duró varios siglos; finalmente, el Consejo municipal, con el apoyo de la Confederación (partido de los Eidguenots), logró que el duque de Saboya reconociera su independencia en el año 1530 d.C. El Obispo de la ciudad abandonó su cargo 3 años más tarde. La ciudad, convertida en República libre, adoptó oficialmente la Reforma el 26 de mayo de 1536.
Por su apoyo a la dictadura teocrática instaurada por Calvino se convirtió en el hogar espiritual y cultural del mundo protestante. Los cantones católicos se negaron a admitirla en la Confederación. Francia (en 1574) y Zurich (en 1584) le brindaron su alianza ante un nuevo ataque de los Saboya. El mismo se rechazó en 1602.
El siglo XVIII estuvo marcado por una serie de agitaciones sociales y políticas. Todo ello culminó con la formación de un Gobierno revolucionario; así como con la proclamación de la igualdad de los ciudadanos (en 1794). Ginebra se anexionó a Francia en 1798; luego se unió a la Confederación Helvética tras el Congreso de Viena (en 1814). Su papel de intermediaria en la historia en los conflictos políticos mundiales se consolidó con la afirmación de su neutralidad. Desde entonces se convirtió en sede de diversos organismos internacionales.